Nadie la doblegaría jamás, pues no hay mayor encanto que el de un espíritu libre.
Ya de niña, en San Miguel de Mezquital, Micaela no le temía a nada y desafiaba las costumbres de la época. Creció libre y se hizo mujer siendo diferente a todas. Cabalgó y cazó alacranes en vez de jugar con muñecas; afinó su vista no con bordados, sino alineando las miras y soltando tiros que hacían volar latas por el aire. Decían que, si no hubiera nacido rica, Pancho Villa la habría alistado como capitana de sus revolucionarios. Pero la vida es azarosa y presenta desafíos. Los suyos fueron sosegar su espíritu rebelde, enamorarse y dejarse amar, organizar una casa a su modo, ser madre. Y seguir siendo Micaela, a pesar de todo. Esa fue su verdadera revolución, una que se gana con inteligencia, no con el fulgor de las balas.