Desde donde estábamos, el casco de la lancha se veía como un extraño objeto no identificable flotando sobre el universo. ¡Es increíble cómo el mundo bajo el agua lo absorbe a uno! Ver a mi hijo, que minutos antes no quería saber nada de nada, siguiendo los movimientos de Betito como si ningún contratiempo le hubiera acaecido me reconfortó en grado sumo. La vida, al fin y al cabo, es algo que no se puede detener uno a contemplar: hay que vivirla, pues para bien o para mal, el diario transcurrir de la humanidad viene sucediéndose desde el Génesis de forma inexorable, día tras día y minuto tras minuto. Como si estuviésemos soñando, un vasto y hechizante silencio nos fue arrastrando hacia ese mundo polifacético y perfecto que son las profundidades, donde uno apenas si se percibe a sí mismo.
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