En 1932 Freud admite el enigma de lo femenino como tal y se detiene en el reconocimiento de sus misterios: se trata, sin duda, de uno de los desafíos más complejos del psicoanálisis, el querer, a toda costa, aclararlos. Frente a la existencia de imágenes reivindicativas de reconocimiento de la feminidad, la expresión femenino melancólico se presenta provocadora por la fatalidad que denuncia, debido a una prematura asociación de la feminidad al masoquismo y a la pérdida, a los desbordamientos de afectos y al desamparo. Sabemos que si lo más extraño puede esconderse en la sombra del inconsciente, lo más privado puede alojarse en un discurso público. Las figuras de lo femenino no escapan a esa ley. La cuestión de lo íntimo y de lo extraño vuelve de nuevo, como cada vez que se trata de sexualidad: lo íntimo y lo extraño, y, por tanto, el sujeto y el otro.