Cuando a finales de la década de los setenta el Suplemento Cultural del diario Pueblo contó entre sus colaboradores habituales con Sabino Ordás, la figura de este intelectual, recién regresado de los Estados Unidos, originó cierta expectación en los ambientes literarios del momento, hasta el punto de que muy pronto comenzaron a recibirse en su retiro leonés de Ardón visitas de gentes empeñadas en establecer contacto personal con el maestro que tras la guerra civil había vivido un largo exilio, profesando en diversas universidades americanas. Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino, con el deseo de evitar lo que alguien podría tomar por broma de mal gusto, se vieron obligados a lanzar algún que otro aviso sobre la verdadera filiación del personaje, un apócrifo casi tan verdadero como sus autores. Así, este libro, que podría ser una teoría de la novela, es también una novela de la vida, en la que, sus autores, novelistas de bien ganado prestigio, a pesar de lo personal y variado de sus obras respectivas, ofrecen datos suficientes como para señalar una afinidad que, aunque asentada en principio en datos coyunturales, está también presente en su literatura. De hecho, casi siempre, la noción de grupo con entronque vital y literario -piénsese en la generación del 98 o en la del 27-se asienta sobre las primeras manifestaciones y actividades comunes de sus componentes, o en acontecimientos fundacionales suficientemente significativos que en este caso se cumplen holgadamente. La voz de Sabino Ordás, sobrada de ironía y no exenta de santa indignación, se recoge en estos escritos iluminadores del panorama de la cultura de la Transición, que entreveran teorías y reflexiones, con la memoria lúcida y la mirada perspicaz de quien siempre ha mantenido, en vida y obra, que el camino hacia lo universal debe iniciarse desde el particular entorno de cada idea y de cada experiencia.