El inspector Ure

El teatro de títeres es contestatario, irreverente, apasionado, cruel, inteligente y exagerado. Su espíritu anárquico es imposible de controlar por el poder de turno, de ahí que sea sumamente peligroso, suele ser ninguneado artísticamente, tratado como cosa de locos socialmente y perseguido en los pasillos culturetas, claro que al mismo tiempo se le admira en secreto, se habla de su arte con la boca pequeña y los más honestos experimentan un sentimiento de culpa. Creo que esto mismo se podría decir de Alberto Ure, el creador sagaz, siempre lúcido, erudito vertiginoso y amante vehemente de la escena argentina. No sé bien por qué me dedico a la magia de los títeres, o por qué me escogieron ellos, de lo que les estoy enormemente agradecido. Tengo claro una cosa y es que buena parte de lo andado y vivido se la debo a Alberto Ure. Lo veo allí danzando descalzo entre nosotros; experto titiritero manejando marionetas con la técnica del susurro al oído hasta provocar la actuación, el abandono completo del personaje social, con tanto esfuerzo diseñado, para ser el que se es en la función, como un títere pleno con su gesto inequívoco dibujado en el aire. Estas pequeñas obras encierran el reconocimiento a un grupo de mujeres y hombres de aquellos apasionados años setenta y la gratitud al maestro. Ellos nos enseñaron a pensar otro teatro posible sin desprecios. Alberto Ure nos facilitó creernos como actores y artífices de nuestro propio camino, nos regaló clases magistrales -como asistir a los ensayos de las obras que montaba cuando acudíamos a sus clases-: “Telarañas” sin ir más lejos. Ver cómo se estrenaba esa obra estremecedora y cómo era censurada, prohibida por atentar contra la familia. Aprender a perder y sobrevivir al estado para volver a ser artistas independientes, “…el teatro es el grupo, eso es lo importante…” ¡Gracias, maestro! Jorge Rey (Compostela, 2019)