Cuentan los mayas quichés que antes, cuando todo era oscuridad y sombras, no existía el Sol ni la Luna; tampoco existía el tiempo. Los hombres y mujeres vivían gobernados por los dioses del cielo y los Señores de la Muerte que habitaban el Xibalbá, debajo de la tierra. Por aquellos días nacieron dos niños, hijos de Hun-Hunahpú y la princesa Ixquic, que cambiarían el destino de los hombres.
Un día, Ixquic salió de paseo y descubrió que de un árbol de jícaras colgaba un fruto con forma de rostro humano. Era la cabeza de Hun-Hunahpú, a quienes los Señores de la Muerte habían encantado después de vencerlo en un desafío en el Xibalbá.