Finisterrae es una obra fronteriza en sí misma. No solo por el juego que establece con el límite entre la literatura y la música, entre el puro texto teatral y el libreto operístico, sino también porque el sentido poético del que Abel Neves dota a esta pieza quiebra las fronteras entre los géneros establecidos. Encontramos aquí una nueva forma de teatro poético a la vez que de poesía dramática. Una alegoría profana en la que el propio espacio de la acción hace referencia a ese carácter fronterizo de la península ibérica. Portugal es, como España, frontera entre el viejo y el nuevo mundo. Y nada simboliza tan bien ese carácter que comparten nuestros países como el nombre que los romanos le dieron. Finis terrae, el fin del mundo.