Conocer a Michael Jordan fue como conocer a Jesús. Era como si estuviera caminando en el aire mientras venía hacia mí. Para un niño de Akron, sin dinero, sin un padre cercano, que necesitaba inspiración, Jordan era el hombre adecuado. Quería tirar como él, usar los mismos zapatos que él. Y quería que los chicos me miraran un día con los mismos ojos con los que yo lo miraba a él.
Aunque LeBron nunca lo diga de sí mismo, aunque para él lo mejor siempre seguirá siendo Air Jordan, una ex estrella de la NBA como Isiah Thomas no tiene dudas: es King James the Goat, el más grande de todos. «Porque nunca hemos tenido un jugador que logre combinar dominio en la cancha con todo lo demás como LeBron. Para el primer aspecto están las estadísticas, y los números nunca mienten: nadie ha tenido su rendimiento y su constancia en todos los aspectos del juego. Así como nadie hizo lo que hizo por las comunidades en dificultad».
Por todas estas razones, LeBron James es único. El niño abandonado por su padre y con una madre que aún tenía dieciséis años, que pasó su infancia difícil ("Vi de todo: drogas, asesinatos; estaba loco") deambulando entre sofás y habitaciones alquiladas, hasta que fue acogido por el entrenador del equipo de fútbol del barrio.
No sólo se ha convertido en el mejor del mundo en su deporte, el baloncesto, en un jugador único, el Elegido, sino también en un hombre que ha comprometido su imagen para luchar contra las injusticias sociales. Aquí lo cuentan y se cuenta, cuenta su fuerza imparable: «Un día me dije: si estás tan cansado que ya no sientes las piernas, sigue corriendo; y si sientes que te mueres, corre aún más rápido». Seguro que lo mejor para él, en la cancha y en la vida, está por llegar.
Nunca callaré ante las injusticias, y no me limitaré a hablar solo de deportes, como pretenden algunos. Soy parte de la comunidad. Me interesa mi gente, el racismo, la sociedad en su conjunto. Y soy consciente de lo poderosa que es mi voz y de lo útil que puede ser.