Observar las nubes e imaginar sus formas: un elefante, un carro, una letra, un minotauro, a veces por más que señalemos y le expliquemos a otro u otra no logran ver lo que observamos, nuestro encuentro con las nubes es una experiencia artística, única, a través de figuras que viajan movidas por el viento. Otras veces cuando estamos a punto de identificar la forma, algo pasa, a la nube la arrastra una corriente de aire y pierde su esbozo, por más que intentemos encontrar el conejo o el edificio, de nuevo, ya no será posible, en su lugar se dibuja otro objeto: un pájaro, un árbol. La tinta son las nubes, el papel es el cielo, que entre más azul sea, mejor pintará el pincel. Las nubes tienen vida y personalidad, a su vez, producen estados anímicos para quienes las observan, las hay: las nimbiformes, capaces de generar precipitaciones en la existencia: las cirriformes, compuestas por cristales de hielo y motivan a la pregunta en épocas de incertidumbre. Las estratiformes traen la lluvia constante y empujan a abrazar con ahínco la naturaleza. Las cúmuliformes son las que aparecen en verano e invitan a desnudar el cuerpo y las ideas. Todas las nubes y sus formas causan asombro, generan preguntas, dudas. Alguna vez hemos pensado o soñado que sería maravilloso desplazarse encima de ellas y dejarse llevar por sus caminos. Su diversidad de formas invita a mirarlas. Provocan al ensimismamiento, a una lectura más cerca sobre uno. Los poemas aquí reunidos están enmarcados en la metáfora de las nubes, en los estados existenciales en los que viaja el alma a veces con euforia y otras veces con duda. Quien duda está en movimiento, como las nubes que se transforman, que viajan, que pueden ser un tigre, una pantera, un oso, una lombriz. Quien duda puede ser otro u otros.