En La caja del cachimán, del desván, de la buhardilla, están guardadas piezas del puzzle de nuestras historias individuales. En esas cajas, esperando ser descubiertas por sus protagonistas, se guardan las fotos, los objetos o las cartas que conforman nuestra memoria cierta, la que no tiene remedio. Allí se esconden quietos los recuerdos, como los únicos testigos y las auténticas pruebas de lo que somos y formamos parte. Al desempolvar cualquier cajón del cachimán familiar, quizá encontremos capítulos de nuestras vidas que no recordemos pero si alguien intentó borrarlas de nuestro pasado, podemos topar violentamente con una verdad oculta que si llegáramos a conocer y hubiéramos de afrontar, podría cambiar la noción de nosotros mismos o incluso dibujarnos un futuro más incierto, inseguro o quién sabe si desequilibrado, inestable e inquietante. Una narración ágil, minuciosa y llena de ternura, que describe con rotundidad y precisión a unos personajes tan reales como la historia apasionante que les toca vivir. Todo eso esconde La caja del cachimán.