Anne Marie Frank (Frankfurt, 1929 – campo de concentración de Bergen-Belsen, Alemania, 1945) fue hija de una familia germana de origen judío. Se trasladó con los suyos a los Países Bajos con la llegada de Hitler al poder en 1933. Durante la Segunda Guerra Mundial, después de la invasión alemana de Holanda en 1940 y de padecer las primeras consecuencias de las leyes antisemitas, Ana y su familia consiguieron esconderse en unas habitaciones traseras, abandonadas y aisladas, de un edificio de oficinas de Ámsterdam, donde permanecieron ocultos desde 1942 hasta 1944, cuando fueron descubiertos por la Gestapo. Ana llevó un diario de ese periodo de reclusión, que su padre, único superviviente de la familia, dio a conocer acabada la guerra, después de que Ana y el resto de la familia hubieran sido detenidos y confinados en un campo de exterminio, donde murieron. El Diario de Ana Frank constituye un conmovedor testimonio de ese tiempo de terror y persecuciones. La protagonista imagina que escribe a Kitty, una amiga hipotética, para contarle las peripecias de su vida, hasta que la Gestapo descubrió la “dependencia secreta” en la que vivían la familia Frank (compuesta por los padres, Ana y su hermana mayor, Margot), la familia Van Daan (la madre, el padre y su hijo Peter) y el dentista Dusse. Ana cuenta la vida en aquellos pocos metros cuadrados del refugio en que la convivencia de ocho personas, arrancadas de la vida normal, planteaba tantos y tan delicados problemas, y narra el desarrollo de la existencia cotidiana con sencillez, fuerza y verdad. Alejada de sus coetáneos y de los intereses que sonreían a su exuberante juventud, pero también, aunque a la fuerza, de la barbarie del momento, la autora-protagonista mira y juzga las cosas con un candor que subyuga.