«Por momentos, la lectura de esta elegía me ha recordado uno de los mejores libros de la posguerra: La casa encendida, de Luis Rosales. Y, quizás porque nombrar el amor supone ser consciente de la pérdida o del olvido, la voz poética conjura otras amenazas: el miedo a confundirse en la rutina de la gente formal, encasilla- da, la disolución en la costumbre, en el vacío. En el fondo, volvemos a esa búsqueda de lo sagrado personal que se convirtió en una constante de la poesía moderna a partir del romanticismo, con todo lo que ello implica de enfrentamiento con la muerte. No me parece casual que el último poema lleve el título del libro, “La ceniza de tu nombre”: Aunque nos despidiéramos del todo,/ llevo tu nombre escrito en la garganta.»