Los ojos de Platón, la crisis de los valores ético-políticos de su época y la de las creencias de los hombres acerca del mundo y de sí mismos eran dos caras de la misma moneda: intuía que el desor den, la inconstancia, el azar y la incertidumbre que los filósofos ha bían descubierto en el universo eran, de alguna manera, los mismos que agitaban a las sociedades de su tiempo; y Platón anhelaba el orden, la ley, la repetición, la certeza, en la sociedad lo mis mo que en el pensamiento. Las proposiciones matemáticas gozaban, para Platón, de una certe za indubitable; los objetos de que trataban (núme ros, líneas, cír culos...) eran, en fin de cuentas, los únicos objetos conocidos que se comportaban dócilmente tal como mandaba la diosa de Par mé nides: eran lo que eran y no podían no serlo, eterna e invariablemente. Era ra zonable pensar, sin embargo, que ese privilegio lo com praban al precio de no ser de este mundo, de no ser, como hoy di ríamos, reales. El atrevimiento de Platón fue postular que esos entes ideales, no siendo de este mundo, tenían que ser el fundamento que permitía en ten der el mundo: los entes ideales, las Formas, constituían la es tructura fija y estable que subya cía a la realidad cambiante; eran los elementos del mundo que en vano habían buscado los filósofos. En fin de cuentas, las matemáticas, que no trataban más que de puras idealidades, ofrecían el solo ejemplo de un conocimiento firme e infalible; y la pregunta de Platón era cómo debe ser el mundo para que pueda ser conocido. Lo indudable, para Platón, es que no puede haber conocimiento alguno si todas las cosas fluyen y cambian y nada permanece, co mo creen los supuestos seguidores de Heraclito. De ser así, nada sería lo que es; nada podría ser conocido, ni de nada podría decirse que es esto o lo otro, ya que, mientras hablamos, ya se habría trocado en otra cosa. Para que haya conocimiento, y lo que es más, para que haya algo que conocer, es preciso que haya unas Formas o esencias eternas e inmutables: lo Bello y lo Bueno en Sí , y una para cada una de las cosas que son las que son.
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- Sumario
- Introducción
- I. Platón, su vida y su obra
- 1. La vida
- 2. La obra. La forma de diálogo como problema
- 3. Platón contra la escritura
- II. La voz de Sócrates
- III. La forja de los reyes filósofos
- 1. El filósofo como único orador y político verdadero
- 2. El alma y la ciudad
- IV. El Saber y las Formas
- 1. Aprender es recordar
- 2. Las cosas aspiran a la Forma
- 3. Un largo rodeo hasta ver el Sol
- 4. Más allá de la esencia
- 5. Vuelta a la caverna, y una digresión sobre muebles divinos y humanos
- 6. Dudas sobre las Formas. El sistema del mundo
- V. El alma, el amor y la muerte
- 1. Los mitos de ultratumba: “Si pudiéramos encontrar algo mejor...”
- 2. La inmortalidad razonada
- 3. Eros filósofo: del amor al saber y otros amores
- Antología de textos
- 1. Sobre los inconvenientes de la escritura. Fedro, 274b-277a
- 2. Una prueba no innoble. Carta VII, 340b-341a
- 3. La indagación socrática. Apología, 20c-23d
- 4. Del “¿Qué es...?” socrático a la teoría de las Formas. Eutifrón, 5c-6e
- 5. Aprender es recordar (1): el mito de la recordación. Menón, 80d-82a
- 6. Aprender es recordar (2): la recordación sin mito. Menón, 97a-98a
- 7. El alma y el saber. Fedón, 65a-67b
- 8. El saber y la creencia
República V, 475c-480a
- 9. La Forma del Bien, el símil del Sol y la línea dividida
República VI, 504c-511e
- 10. La parábola de la caverna. República VII, 514a-521b
- 11. La parábola del tiro alado. Fedro, 244a-257b
- 12. Dudas sobre las Formas. Parménides, 130a-133a, 135b-d
- 13. El mundo y el Hacedor
- 14. El límite y lo ilimitado. Filebo, 16b-18d
- Bibliografía