Las consecuencias sociales y éticas de los avances científico-tecnológicos requieren de un nuevo contrato social para establecer un diálogo efectivo entre los productores de know-how (los investigadores), los traductores de dichos conocimientos (el ámbito empresarial e institucional) y los ciudadanos. Para lograrlo, es necesario que no se produzcan desajustes ni desequilibrios entre los interlocutores, y ello sólo es posible si se traslada al gran público la dimensión culturalista de la ciencia. La ciencia entendida no como factor de producción, sino como estructura de conocimiento. Sólo entonces será posible un diálogo social efectivo, democrático y abierto.