Bombardeos, besos e incendios de amor...
Los ventanales de la suite 1001 del hotel Mogador de Casablanca están abiertos de par en par. Durante la noche, el siroco sopló una pátina rojiza de polvo y arena sobre el balcón, y alguna ráfaga trasnochada aún mece el cortinado, al tiempo que el sol de la mañana traza un semicírculo de luz sobre la moqueta azul cielo. En el centro de la habitación, en la enorme king size roja en forma de corazón, entre las sábanas revueltas y desordenadas, yace el cuerpo desnudo e inerte de una mujer. A su alrededor la suite acusa su vacío: no hay pertenencias personales ni prendas en el clóset, ni colillas en el cenicero de cristal tallado, ni papeles olvidados en el cajón del escritorio. Los registros del hotel perjuran que la habitación se encuentra desocupada desde hace varios días.
Y así, ese cuerpo de mujer, abandonado en posición semifetal, se convierte en signo de interrogación abierto a la luz y la joven sangre de la mañana. No hay señales de violencia sobre la piel arenosa de médanos suavemente ondulados, excepto por una inscripción tatuada sobre la línea de viejas cicatrices en su espalda: «Amor & sufrimiento son sagrados». Parece dormida, bello ángel durmiente, pero ya no respira y nunca más lo hará.
Esa misma mañana, a dos mil kilómetros de distancia, en el aeropuerto Charles De Gaulle, arropado en su inmaculado uniforme de piloto de aerolínea, el proyecto de hombre que más tarde sería reconocido como SeanMádox...
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