India nos incita a ver el mundo con mirada limpia, sin prejuicios y con la mente abierta.
India, una pizpireta yegua pía, evoca desde Can Ramat los recuerdos y avatares que la convertirán en el alma del idílico paraje.
Allí observa las vueltas de la vida, las enseñanzas de la naturaleza, los dislates de los humanos y, desde su peculiar punto de vista, desvela verdades universales sin el aparato ni la presunción que caracteriza a los autores no equinos.
Así, nos muestra arraigados prejuicios donde la apariencia es soberana y lo artificioso prima, sin valorar suficientemente lo bueno presente. Desde su lugar de privilegio nos acerca a ese reino que no se puede explorar con la razón, donde tan solo la intuición revela verdades, de otra manera inalcanzables, y sugiere la existencia de un mundo de realidades suprasensibles.