Emociónate y adivínate en todos estos trazos.
Escribir poesía puede ser una forma de llorar sin lágrimas las penas que nos atenazan, pero también de sonreír irónicamente haciéndole un corte de mangas a la muerte, a la vida y a nuestra propia solemnidad. El sortilegio de esta comunicación ancestral y mágica compendia, como un oráculo, un manual de supervivencia: sirve de catarsis, explica los entresijos de la psicología humana, aleja del ostracismo y de la incomprensión. La poesía no es una simple gragea capaz de aliviar al otro, adormecer su angustia, avivar sus compromisos, comprometer su docilidad, aclarar sus dudas o hacerle dudar de sus certezas; sino un mirador desde el que vernos reflejados, con la concisión de unos trazos caligráficos, en lo que cabalga en el ánimo o vive soterrado en el inconsciente de cualquiera de nosotros.