Y gira... y gira... y nunca deja de girar...
La rueda es el destino, nuestro sino. Representa el tiempo, que se mueve y nos mueve con él, y la ventura que en su seno despliega nuestra voluntad y la inescrutable providencia.
La rueda nunca deja de girar, unas veces en el espacio, otras sobre el mar y la tierra, y nuestras pasiones y desaciertos, allá donde vagamos, giran con ella. Su circunferencia representa nuestras suelas, y en ella están grabados cada uno de los pasos que damos en este mundo, los materiales y los espirituales; y todos nuestros anhelos y tormentos son esquirlas esculpidas por los pedregales del alma en los que nos dejamos buena parte de nuestra vida, en forma de experiencias y de recuerdos.
Así, el amor, el desamor, nuestra fe, nuestras obras y otros tantos ensayos que van marcando nuestra existencia tienen cabida en ella. Pues en su eterno movimiento recoge todo aquello que va moldeando nuestra personalidad y define lo que somos en cada momento.
Hay tantas ruedas como personas, como seres, como elementos; y la gran rueda, el tiempo, es aquella que hace añicos de todas.