Creían que en su trabajo, ejecutivos de empresas, el máximo riesgo era sufrir un ataque al corazón por estrés... Estaban equivocados.
Palmira se incorpora como ejecutiva a Rasmeyer, multinacional de productos de gran consumo, enchufada por Sebastián, un amigo de la infancia de su padre, quien ya lo había hecho con Francisco, el hijo del otro gran amigo de su padre, en este caso como director financiero. Cuando Francisco muere en extrañas circunstancias —¿accidente?, ¿suicidio?—, la sede central contrata para sustituirlo a Joaquín, pese a la oposición de Sebastián. Ante esas circunstancias, Sebastián le pide a Palmira que vigile a Joaquín. El acercamiento entre ambos se convierte primero en amistad y, poco a poco, en algo más. Mientras tanto, Joaquín va descubriendo cosas cada vez más oscuras: manipulaciones contables, bonos injustificables, desvíos de dinero... La organización de Rasmeyer mira hacia otro lado, porque dispone de un chivo expiatorio que no va a quejarse porque está muerto, Francisco; pero Joaquín y Palmira saben que Sebastián tiene que estar, de alguna manera, involucrado. No solo su vida es un galimatías a nivel personal, sino que la corrupción que están descubriendo en Rasmeyer podría ser mucho más grande de lo que ambos imaginan. Lo suficientemente grande como para que pudiera haber gente interesada en su desaparición.