Habrá que creer en el determinismo para dar sentido al personaje y al entorno en que se ubica.
El hilo argumental gira en torno a Ginés, un ser accidental y accidentado. Fruto forzado de un feriante, que lo mismo que acertó hubiera podido no hacerlo. Y del acierto, llegando a las entrañas de Manuela, nació Ginés, de alma sensible pero cuerpo incompleto; cuerpo que lo condicionó toda su vida.
No fue aceptado como niño normal en ninguna parte: sus posibles amigos pasaban o se reían de él, dejándolo en la mayor soledad imaginable. Varios adultos, principalmente el párroco, lo consideraron un fruto del pecado y como tal tenía que pagar la penitencia: prohibido integrarse con los demás, ni en la escuela, ni en la iglesia ni en la plaza. Como fruto del pecado, era rechazado. Y cuando la madre luchó para integrarlo, se desató la ira del párroco que terminó encerrándolo en un sanatorio psiquiátrico.
Allí tuvo que soportar todas las vejaciones imaginables: sin ser loco, pasó por ello; pasó por maniático, por depresivo, esquizofrénico... pasó por pervertido, sin serlo; mas suscitó el apetito carnal y fue víctima y objeto de deseo para varios adultos.
Ginés fue al final un ejemplo claro del determinismo que condiciona caprichosamente: ¿quién elige las víctimas? ¿Quién elige el cómo, el dónde y el cuándo?