Antes de la contaminación, Los Ángeles representaba un soleado, alegre paraíso donde la vida era sencilla para generaciones de americanos que siguieron el consejo de Horace Greeley: "¡Ve al Oeste, joven!". Su atractivo era incluso más intenso en los años treinta para los europeos con razones más urgentes para mirar en dirección oeste. Desde el momento en que Hitler llegó al poder en 1933, se produjo un flujo continuo de alemanes liberales y judíos -entre ellos la elite de la cultura- que necesitaban un punto de reunión para construir una Nueva Weimar y preservar la cultura germana frente al Holocausto. Los Ángeles cumplía los requisitos, y mientras la Alemania nazi se apoderaba gradualmente del resto de Europa, la corriente de emigrantes se convirtió en una avalancha: austríacos, checos, franceses, escandinavos, británicos, todos se vieron temporal o permanentemente aislados en el sur de California.
John Russell Taylor, biógrafo de uno de los más distinguidos emigrantes, Alfred Hitchcock, relata en su nuevo libro las diversas suertes de este variado grupo. No sólo figuras punteras del mundo del cine como Alfred Hitchcock, Marlene Dietrich, Fritz Lang, Jean Renoir, Luis Buñuel, Otto Preminger, Peter Lorre y Conrad Veidt fueron a trabajar a Hollywood -lo mejor que pudieron en este extraño entorno- sino que Los Ángeles, supuesto desierto cultural, también ofreció un hogar a escritores como Thomas Mann, Aldoux Huxley, Franz Werfel, Christopher Isherwood, Antoine de Saint-Exupéry y Bertold Bretch, y compositores como Schoenberg y Stravinsky, así como a una plétora de diseñadores, actores y músicos. La historia de cómo se adaptaron (o no) a su nuevo entorno, a los americanos y los unos a los otros es con frecuencia bizarra, a menudo divertida y a veces trágica. Es también un largamente aplazado retrato de un importante, desatendido, incomprendido episodio en la historia cultural de América en el siglo XX.