En la continuación de 1615 don Quijote manifiesta una moral distinta a la lucida en sus dos salidas anteriores. Una moral más política, estratégica, adecuada a la circunstancia y orientada a la supervivencia conflictiva de los particulares. Devaluados aquellos modelos generalizadores que fueron el norte de moralistas y héroes, ahora todo se desenvuelve en un escenario de astucias enfrentadas, donde la verdad no depende tan solo de perspectivas, sino que es difícil saber, como decía Hobbes, qué quieren decir otras personas, especialmente si son astutas. Ha dejado, por tanto, de ser suficiente enderezar las intenciones a buenos fines. En este nuevo escenario don Quijote, melancólico y prudente, ya no tiene que defender ante los demás su condición de caballero andante, sino la de agente de su propia acción. El cambio podría resumirse afirmando que se ha pasado de plantear el problema del origen unívoco del texto (Quijote 1605) al problema del origen unívoco del yo.