A través de la cada vez mayor privatización que ha ido experimentando la guerra en general en el mundo, pero muy particularmente dentro de la nueva doctrina militar de Estados Unidos, los mercenarios han visto crecer su valor y estima en el mercado mundial. Las grandes Corporaciones Privadas Militares, buena parte de ellas dirigidas por ex altos oficiales de las Fuerzas Armadas estadounidenses, pero también de otros orígenes, son contratadas por el Pentágono tanto para que se responsabilicen a través de sus miles de empleados (léase mercenarios) de proteger pozos petrolíferos o custodiar convoyes que proporcionan víveres y suministros a sus tropas, como para llevar a cabo peligrosas misiones comando o incluso para elaborar manuales militares o entrenar a determinados batallones de las Fuerzas Armadas regulares.
Estas poderosas corporaciones, que pueden crear rápidamente ejércitos privados a la carta, de cualquier envergadura, han profesionalizado el medio, pasando a suplantar a los tradicionales grupos más o menos espontáneos de mercenarios que se reclutaban anteriormente en oscuros antros de la sociedad.
Los mercenarios han ganado estatus, trabajan para empresas reconocidas y apreciadas por los estados, muchas veces ligadas directamente al aún más poderoso lobby industrial armamentístico, el más interesado precisamente en las guerras.