En la madrugada del 17 de febrero del año 1600, Giordano Bruno fue quemado vivo en el Campo dei Fiori de Roma, por orden de la Santa Inquisición. Su delito había consistido en decir y publicar que el Universo es ilimitado, sin centro ni bordes; que la Tierra da vueltas alrededor del Sol; que la Luna y los planetas de nuestro sistema son otros mundo; que las estrellas son soles, alrededor de los cuales giran planetas habitados; que toda la materia del Universo está compuesta por átomos y que es la organización de éstos en formas, y no las «sustancias», lo que determina la entidad de las cosas, los seres y las personas. Él fue, sin duda, el primer ser humano que supo ver la inmensidad del Universo.
El 17 de febrero del año 2000 se cumplió el cuarto centenario de la ignominiosa ejecución del sabio de Nola, sin que, según mi criterio, su figura y su obra hayan sido suficientemente reconocidas. Con la confección y eventual publicación de esta novela se hace patente el profundo respeto y la admiración que su autor siente por Giordano Bruno ; dentro del ámbito general de reconocimiento multitudinario que se merece este original filósofo y mártir de la libertad.