Artapatis, el persa lleva al lector al Imperio persa de los Aqueménidas, en los convulsos tiempos en que fallece el Rey de Reyes, Dario II. En este contexto surge el conflicto entre su hijo mayor y heredero del trono, Arsaces, y su hermano Ciro el Joven, que luchará contra aquél, a quien cree incapaz de regir un imperio abocado al fracaso frente a los nuevos tiempos.
La vertiginosa trama lleva a la batalla de Cunaxa; narrada por el griego Jenofonte en su Anábasis; en la que se decide el destino del Imperio, aunque el portacetros de Ciro, Artapatis, muere por defenderlo. Toma entonces el hilo narativo de la novela su amada, la helena Milto, culta y llena de vitalidad, quien intentará en alguna forma mantener viva la memoria de su amado y conseguir un lugar propio en un mundo de hombres y para hombres.
"Sin duda, la narración histórica es el primer género literario que conoció la humanidad. No vacilo en considerar narración histórica lo signos pictográficos que cubren las paredes de las cavernas del hombre primitivo. Antes de que Hemingway nos deleitase con sus historias de caza, el hombre de Altamira o Lascaux nos dejó con su escritura rupestre el relato de sus hazañas y temores en aquellos muros alumbrados por la oscilante luz de sus hogueras. Las genealogías de las primeras civilizaciones no son más que el recuento de sus mitos fundacionales. Hoy las llamaríamos ‘novelas histórica’. Después vendría la lírica. Primero la interpretación creativa de la realidad, su relato, y después su interiorización, la mirada íntima, la subjetivación de la realidad; en fin, la poesía.
Después de transcurrir a su gusto y al nuestro, por el íntimo rumbo de la poesía, Juan Ruiz de Torres, se pasa a la novela, la novela histórica, sitio al que corresponde Artapatis, el persa. Cierto que antes, el autor, nos había entregado una narración novelada, bajo el heterónimo de Fumio Haruyama, País con islas, si bien, más que novela es el relato de una mirada, muchas veces lírica, que el espurio japonés hace de nuestras tierras. Pero vayamos a la novela.
“Darío y Parisáltile tuvieron dos hijos: el mayor, Artajerjes; el menor, Ciro”, comienza así Xenofonte su célebre Anábasis o La retirada de los Diez mil. A las puertas de la muerte, nos cuenta Xenofonte, Darío nombra sucesor a su hijo mayor, decisión que lastima el orgullo del menor, quien se alza contra su hermano y soberano, para morir muy joven en una cruenta batalla. Y, añade Xenofonte, que la madre mostró todo el tiempo un infatigable amor por el pequeño. Estamos, así a las puertas de una tragedia shakesperiana.
Pues bien, a partir de este esbozo trágico, Ruiz de Torres arrebata la pluma al historiador griego y se dispone a emprender el imaginario reinado de Ciro el Joven. Sin duda al autor no le faltaron argumentos para mostrar su simpatía por el joven Ciro. El propio Xenofonte, quien participó y relató la contienda que decidió el destino de Ciro –Anábasis no quiere decir más que subida, ascenso, escalada a las planicies del Asia Menor, escenario de la batalla de Cunaxa-, describe a Ciro como “quien tuvo más condiciones de rey y el más digno de los gobernantes”. Así, Ruiz de Torres se dispone a corregir la Historia. Yo le llamaría un gesto de justicia poética
La estrategia narrativa del autor se fundará en el registro de dos diarios, sorteando con eficacia el protagonismo de la figura del rey Ciro, deshaciéndose con ello de la obligada retórica de la crónica histórica y penetrando en la conciencia de dos actantes marginales pero de poderosa y rica personalidad. Sus protagonistas son: Artapatis, un personaje histórico mencionado por Xenofonte, amigo, confidente y alto dignatario de la satrapía que ejercía Ciro por designación de su padre, Darío; el propio Ciro, arrastrado por los acontecimientos y su voluntad regeneradora del imperio persa y Milto, presumiblemente una ficción del autor, hermosa e inteligente helena, cercana por amistad y amor a Ciro y Artapatis.
La novela se articula en tres partes. La Primera recoge el diario de Artapatis, donde relata el inicio de su amistad con el joven Ciro y el cumplimiento de una orden de la reina para que, ante la sospecha de un pronto fallecimiento de Darío, lleve a Babilonia a su hijo menor, Ciro; la Segunda, continuación del diario de Artapatis, registra la muerte de Darío y su voluntad de nombrar a Artajerjes, el hijo mayor, su sucesor. De regreso a la satrapía que gobierna, y en medio de toda suerte de confabulaciones y conspiraciones, Ciro llega a la conclusión de que, por el bien del imperio, Artajerjes tiene que ser destronado. Fin del diario de Artapatis; la Tercera parte recoge el diario de Milto, quien nos revela, en primer lugar, que ella ha sido la depositaria del diario de Artapatis, al tiempo que nos detalla el destino que le aguardó al héroe, y que, a continuación, nos da cuenta de su vida en los años posteriores al reinado de Ciro el Joven, ahora Ciro III, sus difíciles relaciones con el joven monarca y el giro que pretende dar a su existencia.
Es presumible que el autor se haya acogido a la técnica diarista, uso del diario, para, entre otras razones, penetrar mejor y de manera directa en la interioridad de sus personajes, gracias a una introspección que allana su presentación al lector. La técnica diarista favorece igualmente la narración y la descripción, así como el universo de valores de sus personajes. Es una técnica que puede asentarse en el lenguaje coloquial e implica una economía del discurso novelístico, que queda regido por la selección, silencios y elipsis que propone el autor del diario. Para una novela histórica como esta que no se abusa de una fatigosa extensión del relato propiamente histórico es un acierto que el autor la haya implementado. Porque, en definitiva, esta es una novela de personajes.
Se trata pues de una novela de personajes en un medio histórico que no sólo es paisaje y escenografía, sino encuesta detallada sobre acontecimientos en un territorio (Persia, el Medio Oriente y el conjunto de estados de la Hélade) y en un tiempo determinado (siglo V), a partir de los cuales los protagonistas habrán de definir su naturaleza humana.
En este sentido, cabe subrayar como un logro del autor el tratamiento que da a sus personajes al emplear los que Ortega llama “psicología imaginaria”, es decir, que “las almas de la novela no tienen que ser como las reales; basta que sean posibles”. Tanto la conciencia y los acciones de Ciro, como de Artapatis y Milto se entregan a esa coherente “psicología imaginaria” con las que el autor nos los presenta.
El autor no se ha limitado a la reproducción estrictamente histórica de los acontecimientos, sino que se vale de ellos para una recreación del pasado histórico para, a mi entender, proyectar sobre ese pasado histórico una interpretación libre de lo hechos y reflejar sus propios esquemas culturales e ideológicos.
Esta incidencia del autor en el pasado histórico, se aprecia en las valoraciones que nos ofrece sobre el mejor gobierno de las naciones, su posición ante la guerra, las relaciones que deben regir un imperio centralista con sus estados vasallos, el tratamiento paternalista de los sectores más desfavorecido, la legitimidad del destronamiento del gobernante considerado como tirano –un guiño, sin duda, a los filósofos de la escuela de Salamanca- y, de manera muy destacada en la Tercera parte, en el tema de las condiciones de la mujer, convirtiendo a Milto en una suerte de protofeminista, audaz y emprendedora, dotada de una extraordinaria y práctica inteligencia hacia los asuntos de estado y del comercio, defensora a ultranza de su autonomía e individualidad en un mundo donde la mujer permanecía ajena a la sociedad pública, únicamente destinada al ámbito doméstico. En resumen, concede a Milto las función de lo que hoy llamaríamos la ‘conciencia crítica’ de la obra.
En cuanto al lenguaje, observo una voluntad del autor por poner en el habla de sus personajes –sobre todo en el diario de Milto- alocuciones, giros, observaciones, frases, sintagmas probablemente extemporáneos, y que, más que a una distracción del autor, probablemente se deba al libre empleo de esa “psicología imaginaria” a la que me he referido.
Por otra parte, es relevante destacar el minucioso manejo de la información que nos brinda el autor al precisar instrumentos, calendarios, profesiones, hábitos, usos y costumbres de la sociedad y el tiempo en que se desarrolla la trama, sin que ello entorpezca su grata legibilidad.
La obra se completa, no sólo con las atinadas notas que amplían y facilitan su lectura, sino también con útiles apéndices".