Tras más de veinticinco años de amistad y buena correspondencia entre España y Gran Bretaña, Oliver Cromwell recuperó el proyecto isabelino de construir un gran imperio ultramarino y lanzó una enorme armada contra las Indias de Castilla, en América. Aquella expedición no alcanzó los objetivos perseguidos, pero evidenció la vulnerabilidad del imperio español y fijó el destino de Inglaterra. De la reconstrucción de las relaciones políticas y comerciales entre ambos estados durante los años centrales del siglo XVII afloran dos de los elementos más determinantes en la configuración del nuevo orden mundial que emerge en la primera edad global: el anhelo de poder de los nacientes estados y el juego despiadado de la diplomacia; un juego en el que todo valía para conseguir los fines perseguidos.