Este libro es un breve informe –tal como sería deseable que todos lo fueran– sobre un hallazgo de incuestionable importancia para la poesía chilena en general y, en particular, para los estudios martinianos. No cabe la menor duda de que estos últimos tendrán que replantearse muchas de las conclusiones a las que habían llegado, cosa siempre saludable para todas las disciplinas; tampoco que aquélla quedará sinceramente agradecida de la generosidad con que este joven investigador estadounidense ofrece las suyas. Pequeña relación de lectura(s) que no hace sino acrecentar el prestigio internacional que se ha ido ganando este “poeta anónimo” (anonimato llevado al extremo al “escribir la obra de otro”, la de otro JLM) que quiso ser Juan Luis Martínez (1942-1993), el “más experimental de la lengua española del Siglo XX” –como lo califica el prologuista de este informe, y no sin razón. Todo artista –obviamente el del lenguaje también-, ya lo sabemos bien a estas alturas (la originalidad es un viejo fantasma), crea una comunidad alrededor de una obra al poner en juego su ‘game’, cuyo primer y último asunto es la existencia del (nombre del) autor. Esto lo supo bien y antes que muchos Juan Luis Martínez, que por haberse hecho desaparecer en la obra de otro Martinez (catalán-suizo), paradójicamente “es más […] Martínez” que nunca, tal cual nos demuestra Scott Weintraub, con un rigor impecable y un ludismo acorde con el del poeta viñamarino.