Se había cumplido una promesa, o eso quería imaginar el Duque inmerso en su estado de inconciencia, pues el niño inocente de la corona que había llevado consigo a la batalla, se había transformado en un hombre muy distinto durante su bautismo de sangre y fuego. Ese hombre que llevó a mi padre de regreso a casa, le permitió dilucidar a sus tropas su verdadero carácter para gobernar; todo esto al caer presa de su instinto horas antes, cuando se quedó mirando al paladín de su reino con morbo en medio una tenue nube de humo mientras que este quebraba los cráneos y hundía las costillas del pequeño escuadrón de fusileros, que pudo haber escrito un final muy diferente para esta historia.