Autodidacta, María Acuña fue la primera mujer en ponerse pantalones y en fumar en público en su villa natal de Herrera del Duque (Siberia Extremeña, Badajoz). Tras sobrevivir a la guerra fratricida española, crecer con hambre en tiempos de racionamiento, y rebelarse contra una sociedad que exigía a las viudas veinteañeras seguir enlutadas hasta la muerte, a mediados de los años cuarenta -maleta de cartón en ristre- dejó su pueblo en busca del anonimato y el progreso que prometía el Madrid de posguerra. A pesar de su falta de formación académica y de medios, Acuña no pasa desapercibida en la capital, por entonces en plena expansión. Establece sus primeros contactos con el mundo artístico a través de personalidades como Cayetana Fitz-James Stuart, Duquesa de Alba; Antonio el Bailarín, Pepita Reyes, folklóricas y actrices de primera fila, y jóvenes cronistas que forman hoy parte de la historia del periodismo español. Su abierto desafío al patriarcado imperante durante la posguerra en España y las ansias de cruzar fronteras, que la conducen hasta Iberoamérica, hacen que la obra de María Acuña se caracterice por el amor incondicional a la libertad y por un gran humanismo. Sus versos declaran: “Por la vida siento la fuerza / y es la fuerza que me da la vida. / El hambre de justicia me sustenta. / La sed de la razón da valentía”.