Al parecer el maestro Pitágoras había encargado a una de sus discípulas recoger y transmitir la historia de la primitiva Hermandad. Varios siglos después, Arquémaco, educado en el pitagorismo más estricto del que, sin embargo, se ha ido alejando poco a poco, escucha sorprendido cómo su mujer, Aesara de Tarento, canta dicha historia al son de la cítara. Pronto tendrá su hijo que aprenderla y transmitirla a su vez. Pero el niño muere inopinadamente y Aesara, que culpa a su marido de dicha muerte y que es incapaz de asumirla, morirá al poco tiempo no sin antes arrancarle la promesa de que continuará la tarea encomendada por el maestro. Así lo hará Arquémaco, preparando un escrito que deberá acompañarlo a su tumba. Pero habiendo perdido la fe en las creencias en las que fue educado, procurará alejar de su relato todo lo que a su juicio no resulte verosímil e indagar la verdad sin adornos de lo que fueron los comienzos del pitagorismo y también la verdad de su propia vida.