Ana ha sobrevivido a los 90 -como la mayor parte de los miembros de su generación- arrastrando sus peores efectos secundarios: la resaca del boom de las drogas, los ansiolíticos de uso masivo y la soledad como opción de vida más generalizada.
Pero Ana tiene un secreto: de niña adquirió la peculiar costumbre de comer tiza, y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Nunca ha hablado de ello a nadie, ni siquiera a sus amantes o a sus amigas.
Pero todo cambia cuando descubre el siguiente anuncio en internet:
Llevo años comiendo tiza y no puedo dejarlo. Comencé a los diez años en el colegio. No sé por qué lo hago y no conozco a nadie que le pase lo mismo. Por favor, si me puedes ayudar mándame un mensaje.