Novela escalofriante, donde la ley judía y el complejo mundo de la mente se dan la mano.
Intenté huir, pero alguien me golpeó en la cabeza y caí al suelo. Cuando abrí los ojos, estaba en un lugar oscuro. Hacía frío. Abba, el rabino, me miraba serio. Alcé la mano para tocarlo, pero me dijo que no podía, porque yo estaba muerto.
La casa estaba casi siempre a oscuras. Mamá pasaba largas horas sentada frente a la chimenea con mi foto en sus manos, llorando. Los chasquidos de la madera y el silbido del viento sonaban a gritos entre aquellas paredes. Abba decía que las almas viven la ilusión de estar vivas, porque así lo creen. Pero yo sabía que no estaba muerto; aunque no entendía por qué nadie podía verme.