Explorando el río más industrializado y desconocido del mundo.
Llevo media vida cruzando el Llobregat. En coche, en tren o montando en bici, he pasado millones de veces sobre su cauce escuálido y agónico cuando le queda un suspiro para entregarse al mar Mediterráneo. Para la mayoría de los que hemos nacido y crecido más allá de su margen derecho, el Llobregat simboliza la divisoria entre el centro y la periferia, una frontera económica, social y psicológica.
En la orilla izquierda los pisos cotizan más y el metro llega a todas partes, y sobre todo viven los de Aquí. En la orilla derecha habitamos los Otros, bárbaros, inmigrantes y charnegos. Durante un tiempo, pertenecer a la tribu del extrarradio me acomplejó. Luego, por efecto rebote, patrañas como patria, bandera o nación se volvieron insulsas. Mi identidad o lo que sea que se parezca a eso no es un sentimiento atávico, sino la imagen presente y eterna del propio Llobregat fluyendo plácidamente entre flancos de caña, arenas terrosas y malas hierbas.