Tierra, playas, huesos, agua, río, cielo, pez, pájaros, árboles fluyen en este nuevo libro de Nadia Prado, proliferación de nombres para aquello que solo se deja inscribir en el lenguaje poniendo otra cosa en su lugar. Recuerdos, preguntas, sentimientos son el cuerpo fragmentado de un pasado que retorna, esperando aún la revelación de su sentido: "la tierra no habitada iba a dar a los ríos". El deseo que se pone en obra nos conduce a través de estas cifras hacia un nombre propio siempre ausente, toma cuerpo en figuras e imágenes sin fijarse en representaciones -"¿Por qué alguien querría apisonar la tierra?"-, como si la tarea de las palabras fuese la de transmitir el curso de una intensidad antes que los significados muertos de las cosas. El lenguaje extrema sus recursos sin ceder al ingenio fácil, sin apelar al humor de un lector cómplice. Sin duda, se trata de una escritura cuyas exigencias deshacen cualquier complicidad, una escritura que nunca se rinde a la lucidez cínica de una derrota orgullosa ni al débil atesoramiento de ausencias: "Las cosas perdidas regresan sofocadas".