Se empieza a fraguar la España moderna, con pretensiones republicanas y un nuevo proyecto de Constitución. Alcalá rechazó en su prefacio a El moro expósito, de Rivas (1834) la noción de «romanticismo histórico» (extendida entre los autores españoles y que consideraba romántico a Calderón de la Barca), y se refirió a los auténticos románticos del siglo XIX (Byron, Scott, Victor Hugo, etc.) quienes tenían un concepto muy diferente de la literatura.