En los años de su exilio en La Habana y Puerto Rico, las preocupaciones filosóficas de María Zambrano se centraron en dos grandes temas: el problema de España, que para ella significaba lo mismo que decir la agonía de Europa, y la búsqueda de un nuevo camino del pensar que fuera fiel al ideal de una “razón vital” tal como la comprendió a partir de las enseñanzas de su maestro Ortega y Gasset. Este camino lo encuentra en otros “métodos” del pensar alejados del intelectualismo, de la dictadura del concepto y de la rigidez del tratado. Así, reivindica géneros olvidados en los que el filosofar había transitado otras vías y, entre ellas, sobresalen las Confesiones y las Guías.