Mostrar la decadencia de un existencialismo conmovedor, hace de la novela El perfecto demócrata un tratado de corrupción en la que se reafirman los esquemas de un Estado ausente, y la dinámica de una sociedad permeada por los malos referentes. Escudriñar formas de pensamiento, actitudes y actuaciones del colectivo humano, de los actores armados y de la clase dirigente, componen la estructura de una obra que enseña en toda su dimensión el subdesarrollo y la marginalidad. El seguimiento exhaustivo, producto del ejercicio periodístico de varias décadas, le permiten al autor realizar una valoración del comportamiento de víctimas y victimarios, los primeros, anulados por el terror, y los segundos, consumidos en la degradación absoluta. Las normas silenciosas del conflicto, la conducta de la conformidad, la complicidad, el oportunismo y la tergiversación moral, ratifican la implantación de un modelo perverso de adoctrinamiento ideológico y aculturación que cercena las identidades.