El País del Prisma es una invitación a soñar despiertos, a vivir soñando. Sus páginas nos recuerdan que la vida misma es un sueño. La imaginación, esa que a todas partes nos acompaña, se ha cansado de nuestro reiterado desprecio. Ahora es el tiempo de las ideas reveladas. Son los días en que la realidad por fin se viste de color. Aquí los personajes ciertamente son libres; aquí los guiones en ningún tiempo existieron. Las leyes de este nuevo universo persiguen solo un propósito. Hablan de la fantasía como algo asequible, identifican lo relativo de aquello que consideramos fortuito. El autor nos lleva de la mano para deleitarnos con el contenido de su obra; así, las criaturas que entretejen la narración parecen brotar de nuestro propio espíritu. Por supuesto, en esta maravillosa historia como en la tantas veces monótona cotidianidad de los hombres, el amor es ese primer motor, eso que nos impulsa a hacer o dejar pasar. Así empieza el viaje por un sinnúmero de envolventes aventuras. Ya siendo parte del espejismo, conscientes de su maleabilidad, estamos listos para zarpar. Inicia el sueño. Soñaremos despiertos para nunca más soñar. Soñamos de esta forma para jamás despertar. La meta que perseguimos, se llama felicidad.