Muchos cristianos piadosos e incluso algunos asiduos de la oración no llegan hasta el final de la experiencia orante, hasta la contemplación, en donde se encierra la respuesta a nuestro anhelo de orientación y nuestra necesidad de dar sentido a nuestras vidas. Es doloroso ver cómo, ante esta
carencia, algunos recurren a otras ofertas espirituales que quizás tampoco les satisfacen.
La contemplación nos conduce a un nivel de experiencia que no consiste en ver con los ojos corporales. Eso es lo que gustaron los grandes místicos: Evagrio Póntico, el maestro Eckhart, Margarita Porète, el autor anónimo de La nube del no-saber y sobre todo Juan de la Cruz, el gran contemplativo cuyas experiencias son también aceptadas y valoradas por algunas escuelas budistas, como el zen, y entre los cristianos orientales.
En este camino, también puede ayudar el cuerpo para lo que se incluyen algunos ejercicios adecuados para este tipo de oración.