Lo que hace que la poesía de Charles Bukowski (1920-1994) trascienda es precisamente su capacidad para sobreponerse al horror, para llamarlo por su nombre, identificarlo y combatirlo dando guerra sin cuartel, pues esa lucha «es lo más digno que puede llegar / a conocer un hombre.» La excelencia de Bukowski reside en su prolongada e incansable batalla desde la página escrita contra la mediocridad establecida. (Después de todo, quizás haga falta mucho más valor para hablar con serenidad de lo que se siente al comer un menú para jubilados que para seguir remitiéndose a borracheras pretéritas.) Por ello, hay en su poesía una búsqueda incesante de la soledad que no es sino refugio frente a un prójimo al que no entiende, lo que constituye también una forma de pavor a no ser comprendido. Por fortuna, la escritura le sirve —y nos sirve— de protección ante un infierno de muertos en vida, pues, como él mismo dice, «¿Qué hacer con los muertos sino matarlos?».