El día más triste de mi historial como aficionado a la tauromaquia tuvo lugar el 25 de septiembre de 2011, fecha del cierre definitivo (?) de la plaza de toros Monumental de Barcelona, por mandato liberticida del Parlamento catalán. Sepa el lector que este prologuista, en sus más de 45 años perteneciendo a la secta del vicio taurino (sí, vicio, pues sabiendo que casi nunca pasa nada de interés en el ruedo, ahí seguimos), ha vivido momentos para la desesperación artística o ha sido testigo de episodios trágicos, como la muerte en directo del “espontáneo de Albacete” , e incluso fue coetáneo de cornadas fatales como la de Paquirri o El Yiyo. Pero lo de aquella tarde de Barcelona no tiene parangón. Fui de los últimos que abandonamos, casi a la fuerza, una plaza que visitaba por primera y última vez. La emoción contenida tuvo que ser similar a la vivida por aquel retén de insumisos espectadores que las fuerzas de asalto tuvieron que desalojar de los altos del mítico Teatro Apolo de la calle de Alcalá de Madrid, la noche del 30 de junio de 1929, última función del templo del género de la Zarzuela, antes de ser derribado para situar en su lugar una entidad bancaria (!).'