Todavía siendo una explosión para los sentidos, la franja de historia cinéfila analizada nos continúa llegando como reino de lo naif; pequeño gran páramo de una inconsciencia casi infantil que se chocó con su propia realidad al adentrarse en los desarraigados años 90. “80 películas de los 80. Una lectura ácida” lleva al lector a remontar un río caudaloso en el que se cruzará con hombreras bombásticas, mallas multicolor, calentadores hasta la rodilla, incomprensibles peinados mullet, cubos de Rubik, canales chiclosos de videoclips, comedias desenfrenadas, acción con sudor a manos llenas y hasta lágrimas del corazón. Aunque la auténtica labor de este libro es la de subrayar 80 largometrajes que merecen, ya sea por la anécdota, su calidad o lo freak de su calado, ser vistos con otras miras menos sesudas. La verdad está ahí fuera, pero el paso de los años la transforma. Por ello que sirvan estas letras de campanazo a lo Ángel Quesada, «adjunto, sirena y puerta», para mandar a Naranjito al banquillo y sacar al campo a algunas de las más memorables escenas del séptimo arte ochentero. Salimos a la pista de circo sin red, compilando más con el corazón que con la cabeza filmaciones que seguro se han ganado una pasada por la batidora del negativo positivado. De los yuppies de Wall Street a Tom Hanks y su inicial humor con melaza; de un Eddie Murphy supremo a las revisiones en celuloide de un Stephen King maltratado; de unos carros que tenían más de salir por piernas (de carrera en carrera, y tiro porque me toca) que de fuego, al terapéutico Pinhead de Hellraiser; de las palomitas de maíz al universo Arcade y su insustituible despido a lo insert coin.