"Bartolomé esperaba impaciente. Comprobaba que cuando
repartieron el don de la tolerancia, a él lo dejaron fuera de
la fila. Amaba viajar y sobre todo cuando de coger carretera
se trataba. Le encantaba la adrenalina del volante, sentir el
olor a tierra caliente, creerse el dueño de la vía y pelear con
cuanto cretino tuviera la osadía de pasarle por delante; al final
se esmeraba por tener el mejor carro para humillar, automovilísticamente
hablando, a los demás. Si bien lo suyo no era la
paciencia, tampoco lo era la resignación, después de 19 años
de casado no aprendía que su esposa, Ariadna, no tenía registrado
en su diccionario el significado de la palabra afán. Y
como al que no quiere caldo le dan tres tazas, su problema se
multiplicaba en la misma proporción. Si Ariadna no se despabilaba,
sus hijas Martina (de 17 años) y Emilia (de 13 años) sí que
menos y eso para no mencionar a Maite, la bebé de 9 meses,
que, como es obvio, no podía hacer nada por sí sola."