La lingüística contrastiva ha entrado en crisis porque su utilidad fue seriamente cuestionada tanto para la enseñanza de segundas lenguas como para la traducción. Ambas disciplinas han sido deudoras de los métodos de la lingüística durante gran parte de su historia. Sin embargo, esta dependencia no ha resultado demasiado positiva, y la razón principal es que dichos métodos intentan dar cuenta del sistema de la lengua, el cual viene a coincidir con el conocimiento compartido por los usuarios que represente el punto de vista del oyente, pero apenas el del hablante. Las gramáticas son, por definición, analíticas, no sintéticas, y la supuesta reversibilidad hablante-oyente es una falacia. Pero el traductor es, ante todo, hablante, construye discursos, aunque sea el discurso que le proporciona otro y en otro idioma; y el aprendiz de una lengua segunda la aprende fundamentalmente para hablarla, en contraste con las lenguas clásicas, que se aprendían para leer a los grandes autores. Este libro se plantea el contraste del español con otras lenguas haciéndose eco de un nuevo paradigma: la enacción. Este supone que los seres vivos no re-presentan el mundo exterior, sino que perciben lo que su cuerpo (y con él, su mente) están preparados para percibir, pero de manera que el acto perceptivo modifica el entorno del cuerpo cambiando las condiciones de la percepción y así sucesivamente. La traducción y el aprendizaje de L2 funcionan de manera parecida. El traductor y el aprendiz de un idioma no re-presentan el texto origen, sino una versión adecuada al entorno y a su conocimiento del mismo, pero, al recrearlo con el texto meta, están cambiando en los receptores el entorno de significación, lo cual hace posible una nueva traducción / enunciado de L2 y así sucesivamente. [Texto de la editorial].