Durante los siglos del Gótico las personalidades de alta alcurnia consideraron que asegurarse una sepultura digna era una inversión cargada de futuro que ofrecía garantías para alcanzar la Salvación y lograr la fama póstuma. Por ese motivo, no dudaron en invertir buena parte de su fortuna en el encargo de sepulcros ostentosos y hacer pingües donaciones a los templos en los que querían ser inhumados en virtud a su importancia simbólica, devociones particulares o vínculos personales. Son escenarios, en el caso de Castilla-La Mancha, de gran trascendencia histórica y patrimonial: la catedral Primada de España, el monasterio de Lupiana, cuna de la orden de San Jerónimo, el convento de Calatrava la Nueva, casa madre de la Orden Militar homónima o el de Uclés, sede prioral de la de Santiago, son algunos de ellos. Mansiones fúnebres de reyes, nobles y eclesiásticos, miembros destacados del panorama político castellano, poetas, humanistas y arquitectos ilustres. En las formas e iconografía de sus monumentos funerarios, en sus inscripciones y escudos heráldicos y en el espacio al que estaban destinados están escritas las páginas de uno de los capítulos más fascinantes de nuestra historia, nuestra cultura y nuestra memoria.