Estos poemas podrían ser cantados con la cálida fiereza de Olga Guillot o con el desgarrado paladeo del desamparo de Bessie Smith. Mientras, al fondo, Mallarmé susurra “La carne es triste”. Una lectura atenta de los versos que componen este volumen de vocación unitaria, dionisíacos y entusiásticos en su ánimo, provocadores en su expresión, en su sobreabundancia, terminan por revelar un vacío. Una ausencia que se convierte en grito. Como toda memoria, la voz poética convoca, redescubre y viste recuerdos estáticos desde una melancólica urgencia presente. El desbordamiento sensorial, al que acuden los cinco sentidos, pareciera precipitar una furia, un desproporcionado apetito, una voracidad ilimitada. La sensualidad transgresiva de estos poemas, vertida en un lenguaje descarnado, no oculta una profundidad de los sentimientos. Tal vez, esta Zoé, japonesa, como en los grabados eróticos de Utamaro, únicamente quisiera expresar “el mundo que fluye” en su más cruda realidad.