«Oh, dioses, ¿era esto el amor? ¿Me estaba enamorando? ¡No podía ser! ¿Y ahora qué? ¿Qué se suponía que debía hacer uno cuando se enamoraba? Y lo que es más, ¿sería yo solo el que tuviera esos sentimientos?».
Cupido es el gran dios griego del amor, pero lleva siglos jugando con los corazones de los mor-tales. Se ha convertido en un joven egocéntrico y caprichoso al que solo importa su propia di-versión.
«¿Amor? Claro que sí, ¿acaso no había amor y deseo en las noches locas de pasión?».
Llega un momento en que su comportamiento se vuelve tan errático que Zeus decide castigarle de la manera que más puede dolerle… Y lo convierte en uno de los estúpidos mortales que tanto ridiculiza.
Sin embargo, como parece que Cupido está dando la vuelta a la situación, Adonis le manda una flecha de amor para que se enamore de verdad de una mortal, lo que tiene consecuencias ines-peradas…
«Yo, Cupido, que había causado líos por puro placer y diversión —una flecha para el pringao, que se enamoraba de la chica guapa, que a su vez se enamoraba del amigo del pringao— y ahora que me estaba sucediendo a mí…».