«Tenía Baroja un gato, negro como el de los cuentos de brujas, y dos abrigos. Uno oscuro, de paño, de diario, algo raído, y otro que guardaba en el armario, gris, para las ocasiones especiales. Con él y con un pañuelo de seda blanco al cuello, como el de un aviador de biplano, grabó un día para el cine; los pasillos de la casa cruzados de cables y las habitaciones cubiertas de esa luz homicida de los focos. ¿Todo esto consumirá mucha electricidad, no?, preguntaba con persistente racanería.»
Así comienza este retrato de Pío Baroja que Jesús Marchamalo y Antonio Santos se han regalado mutuamente y que ahora es también un regalo para nosotros.
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