LEOPOLDO CASTILLA (Salta, 1947) es uno de los más valiosos poetas argentinos de los últimos tiempos, y su reconocimiento se extiende a toda la órbita de la lengua hispana. Su producción escrita, que abarca distintos géneros, resplandece de modo especial en la poesía, que viene desplegando desde hace años en múltiples libros. Teuco, conocido por este nombre indígena de río de la provincia de Salta, reúne como genuino artista una fuerte intuición visionaria, y una aguda mirada crítica y reflexiva. Esa conjunción lo aleja de la aridez del discurso puramente científico así como del desborde emocional, permitiéndole relacionamientos imprevistos e inesperados hallazgos. Es a su modo un surrealista, aunque no de escuela; un astrólogo a pesar suyo, y un colector de lo maravilloso-real.
Su amplio registro abarca distintas facetas: el intimismo lírico, la diversificada crónica de un caminante del mundo, y el pensamiento de un físico/metafísico que se propone captar el diseño intencional del universo. El magma de la variada realidad se le revela como un tejido mágico, inteligente, reacio a la pregunta del inquisidor y solo a ratos accesible al acto contemplativo.
Ha percibido una intencionalidad oculta que recorre el mundo, y se prolonga en la palabra, la que a su turno la modifica. Frecuenta los viejos caminos de la analogía, matriz del estructuralismo y la teoría de conjuntos; como un cabalista judío, griego o cristiano que descubre identidades cambiantes, coincidencias significativas, opuestos, paradojas.
Su idea de la energía cósmica hace de ella un Dios en acto. Se diría que Teuco Castilla ha percibido, con los antiguos órficos, la música de las esferas, pues suscribe una obstinada refutación del tiempo por una paciente y denodada convicción de la inmortalidad. De su poesía parece surgir el secreto mandato de los héroes: buscar el camino del amor, la unidad de lo múltiple, el rumbo del origen. Ante la entropía que arrasa nuestras vidas, Teuco anticipa la levedad, la unidad, la inmortalidad. Llama a esa magna tarea una hierofanía pagana. GRACIELA MATURO