Movimientos horizontales, emociones y palabras que se expanden y constriñen en toda la extensión de este libro: una marea pensante, una remembranza líquida que se derrama, va y viene y vuelve desde un tiempo pasado al presente y de nuevo al pasado, desde el espacio de la infancia a otro espacio, el de la página donde la infancia sigue silabeando.
Movimientos verticales, emerger y soterrarse; sensación de alivio de lo que se libera en serenidad, de lo que vence el encierro, la esclerosis y la pesantez que lo grav/ba para aflorar –subir a la superficie, convertirse en flor–, cruzar el silencio, reverdecerse y llegar a la página, a la tentativa de articular un habla, oírla. Movimiento que asciende al mundo y vuelve al interior del hogar, donde está la lumbre que entibia y abraz/sa, que invita y a la vez siembra cenizas. Un cúmulo de sentimientos vivos que va tras la huella de palabras perdidas, que transita por el vacío que ellas dejan, por el vacío de las que aún no han llegado. Diálogo de las palabras con las palabras, que es el tópico de la poesía y de esta en particular por sobre cualquier historia.
Jaramagos –la flor que emerge de las lápidas en los cementerios– es el nombre del nuevo libro de Nadia Prado. No son flores con la luminosidad de los pétalos de los pintores impresionistas, sino la floración con el tinte de los «campos oscuros», «el viento negro de la letra». Su aroma es el de la tristeza por lo que muere, por lo perdido, y que lleva a la poeta desde el intento de sellar la página al borde del espacio literario.